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Festival Lasonada día 4:Charla Ensamble Polifónico Vallenato/El Sexteto la Constelación de Colombia





¿Qué pensará de nosotros Silvestre Dangond? ―No idea, amigo. Si tienes entre 15 y 30 años, él seguramente pensaría que eres parte de su enorme masa de público y trataría de meterte su música a través Spotify y Youtube (o bueno, la disquera que se encarga de eso). Un país rendido a los pies del vallenato. Esto es, ha sido y seguirá siendo Colombia por los siglos (o quizá años) que siga existiendo en el mapa (justo antes de una invasión castrochavista o de un movimiento imprevisto de la Placa de Nazca contra la Placa Sudamericana que por fin —de nuevo, y ojalá esta vez para siempre— sumerja a nuestro país en el océano Pacífico). Puede que el vallenato no haya definido el destino político colombiano, pero sí ha sido una hoja de ruta, un mapa en el que se pueden explorar las relaciones ideológicas, materiales y políticas entre colombianos. El vallenato fue la fuente bienhechora —y también maldita— de las relaciones políticas entre la élite bogotana y las élites costeñas; el vallenato estuvo ahí, en boca de sus chillones cantantes ochenteros, cuando estos apoyaron a la extrema derecha; el vallenato era el burro que cagaba oro cuando Diomedes cantó en plena plaza pública frente a miles de personas, custodiado por la policía (y también por paramilitares), y ya era buscado por las autoridades para hacerlo responder por sus crímenes; el vallenato también estuvo ahí como voz del vallenato fariano que le cantaba a la reclamación de tierras en la Costa Atlántica. La sombrilla del vallenato; una excusa. Eso es lo que es. Ese sonido lánguido y melancólico del acordeón parece cantarle a todo, justificarlo todo. Es la voz de cualquier colombiano, así sea el conductor de una flota intermunicipal boyacense. No hay a dónde escapar.


Quizás no el último, pero sí uno de los más interesantes de estos movimientos ideológicos vallenatos fue el disco experimental Fiesta, que viva la, del Ensamble Polifónico Vallenato y el Sexteto la Constelación de Colombia, un disco desquiciado e infernal que parece querer ponerle punto final al vallenato, como quien dice: “―Hasta aquí llegamos, y luego de esto no hay más”, pero por medio de sus tempos vertiginosos y académicos, su sonido desafinado, y su voz enmascarada. Bueno, y luego sí hubo más vallenato, hubo la muerte de Martín Elías y otros discos que cantaban con alegría a la patria y a sus mujeres, y otro regreso de Carlos Vives para mezclar el vallenato de forma melosa con más pop y con más reggaeton, y con Shakira. Pero parecía pertinente, a veinte años de su grabación, preguntarse por qué este disco Fiesta, que viva la (simplemente eso, por qué), cómo fue su proceso de construcción, qué operaciones políticas se dieron en su alquimia; sobre todo, si se tiene en cuenta que este disco es el punto original de un movimiento que se ha dado en llamar tropicalia (tropicalismo, tropicanibalismo) rolo y que comprende una serie de experimentos de desconstrucción y reinterpretación de músicas criollas durante estos veinte años.



Estas preguntas ―en torno a un disco extrañísimo, y en torno a un grupo de músicos que ha venido haciendo (algo así como) música del mundo― fueron abordadas en el cuarto día del Festival Lasonada, de este mismo sello In-Correcto. Tres músicos: Mange Valencia, Mario Galeano y Eblis Álvarez se reunieron de nuevo como banda para hablar —no a tocar— del disco que fue un punto de entrada para esa serie de experimentos sonoros. Quiero recoger aquí algunas impresiones acerca de su charla, algunos temas que me quedaron en la cabeza y que me parecieron interesantes:


  1. El sonido de Fiesta, que viva la, que suena tan vanguardista, como si fuera un vallenato para el futuro, es en realidad —y según palabras de sus músicos— una exploración de sonidos arcanos del vallenato. Los músicos contaron de la búsqueda ansiosa de vinilos de vallenato viejo (sea lo que sea eso) entre las colecciones de las casas familiares. También hablaron de la búsqueda, en esos vinilos, de recursos y de la falta de recursos para la construcción de lo que iba a ser Fiesta, que viva la; esto es, de la búsqueda de un sonido particular en los discos de artistas como Alejo Durán, una especie de baja fidelidad, una desafinación en la voz, que en la conferencia Álvarez vinculó con “el alma del hombre”.

  2. El alma del hombre, para Álvarez, parece ser una especie de aura benjaminiana, un yo-no-sé-qué-mierdas-estás-hablando artístico. Esta alma del hombre reside precisamente en todo lo que parece descachado en un disco, todo lo material de un disco: el ruido, el desafine, el humor; lo añejo de la música. Aunque este yo-no-sé-en-serio-de-qué-estás-hablando esté presente en los discos antiguos de vallenato, e inclusive yo, un iletrado en los terrenos de la música del Valle de Upar (que además no es un frecuente catador del género) puede notar esa aura tan especial, que en Fiesta, que viva la parece no estar. Por supuesto, hay una imitación de esa aura. Es claro que hay unos elementos que se tratan de tomar de esos discos: la voz nasal y demoníaca, el desenfrene, la improvisación. Pero en Fiesta, que viva la, estos elementos son académicos y son parte de todo un sistema de imitación; no son auráticos; son copias. Yo sé que esto es problemático; yo no puedo definir qué es lo aurático en un disco y qué no. Pero digamos que mi instinto me dice que este disco no es una exploración del alma humana (sea lo que sea).

  3. Que un disco no explore el alma humana no significa que no sea bueno, amigos. Todo lo contrario. Esta copia, esa imitación, esa cosa tan poco original y tan caricaturesca del disco Fiesta, que viva la es lo que lo hace una obra digna de explorar, un disco multidimensional. En este punto de la historia humana, ya sabemos que la falta de originalidad es también digna, honorífica y potente. Este disco, señores Valencia, Galeano y Álvarez, es académico hasta el tuétano y es un testimonio de una serie de recursos que la academia puede aplicar a lo popular para deformarlo. Sí, recoge sentimientos, imágenes y sonidos propios de la idiosincrasia popular caribeña y nacional; es popular en ese sentido, pero es también académico. Este disco es especial porque es una copia del alma humana, no el alma humana en sí misma. Ustedes, así como yo y todo este maldito mundo, somos parte de un sistema de hiperreproductibilidad material tardío.

  4. ¿Por qué nos ponen a hablar de esto, amigos músicos? La diferencia entre popular y alta cultura es superflua en todo sentido. Mejor dicho, no es que sea superflua, pues todavía operan en nosotros, pero en sentido práctico, es claro que la música siempre está permeada por dos bestias: lo popular y lo vanguardista. Esto es especialmente cierto en Latinoamérica.

  5. Esto es solo una impresión que sentí en el público luego de la conferencia: componer, interpretar y producir otras músicas, alejadas de lo que entraría comúnmente dentro de la etiqueta de lo nacional, es también lícito, compañeros. En un punto, el señor Álvarez protestó por qué ya nadie seguía haciendo música vanguardista-popular-aurática-colombiana-latinoamericana, a la manera del disco Fiesta, que viva la, y luego de conversar con algunos miembros del público, estos comentaban que era indispensable y necesario hacer música popular colombiana, buscar las raíces, y específicamente de la misma forma que lo ha hecho el tropicalia (tropicalismo, tropicanibalismo) rolo durante veinte años. En parte, esto se debe a que se cree que explorar de este forma los sonidos criollos puede liberarnos del yugo del mercado y hacernos mejores ciudadanos, más comprometidos con nuestro país.


Permítanme disentir, amigos del tropicalismo y amigos del público. Se necesita más que tocar vallenato para destruir todo lo que nos aqueja de un mundo podrido y de un mercado ya constituido que nos constituye como público. Silvestre Dangond toca música folclórica, y eso no lo hace el punkero más anarquista de todos los que existen (por cierto, tocar punk tampoco nos va a liberar de nada).

Nada nos va a liberar de nada. Compramos bolsas plásticas en supermercados creyendo que estamos salvando a la Madre Naturaleza y consumimos música colombiana creyendo que esto nos va a eximir de responsabilidad frente al pequeño nicho de la música independiente colombiana. Estamos ya, tristemente y para siempre, enmarcados en unos límites impuestos por la industria. Ellos saben ya, amigo espectador, que escuchas a esa banda extraña que mezcla death metal con salsa, y saben cómo aprovecharlo.

A lo más que podemos aspirar es a constituir un gremio que propenda por mejores tratos contractuales en la industria de la música, y a un mejor balance en la distribución de los dineros entregados por el Estado para la cultura, sin importar si tocas death metal, pop, vallenato-salsa-punk-techno. Todos somos trabajadores, y nos merecemos un mejor trato en términos materiales.

Bueno, ya.


Escrito por Camilo Casallas Torres

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