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Festival Lasonada día 5: El Ombligo, Hermanos Menores y Santiago Navas en El Chamán



No acostumbro a escribir sobre conciertos, así que ruego al lector que tenga paciencia si a lo largo del texto me voy por las ramas. Acepto que será intencional. Por lo general, en conciertos en los que ayudo a organizar, no puedo poner mucha atención a los actos, así que me limitaré a hablar de algunos sucesos que me llamaron la atención en aquella noche.


Kike Mendoza, de El Ombligo. Fotografía por Marcela Parra. Mayo 2019

Hay muchos temas por los que puedo desviarme. El bar El Chamán, donde fue el concierto, queda al lado de un prostíbulo. Lo sé porque me lo han dicho. Pero nunca he entrado, así que no puedo decir más que este morbo enunciativo. Lo que sí sé es que los hombres que entran al negocio de la moral refusa, suelen caerse al salir del local. Obnubilados, salen a la blanca luz y no se percatan que en la frontera entre el putiadero y la calle hay un pequeño bloque de cemento que evita que en días de lluvia el agua se filtre y haga caer a los puteros, esta vez por un resbalón. Recuerdo que apenas llegué al bar un tipo de blazer rosado se tropezó y cayó a unos metros míos.



Esa sórdida imagen me duró unos segundos. Apenas pasé la puerta del bar, vi un grupo de seis o siete personas, todas con un computador. Eran los músicos de Santiago Navas, que antes de montarse a la prueba de sonido tenían que terminar algunos trabajos. Por distintos azares, la quinta fecha del Festival Lasonada coincidió con el final de semestre de las universidades, así que antes de enfiestarse tenían que cumplir con sus responsabilidades académicas. Si no estoy mal era un trabajo sobre ética, una de esas materias de relleno que nadie quiere ver ni dictar.


Santiago Navas y su Conjunto. Fotografía por Marcela Parra.Mayo 2019


Por otro lado, los miembros de El Ombligo estaban en una situación similar. Su prueba tuvo que ser mucho más temprano debido a que su bajista, Santiago Botero, tenía que evaluar un trabajo universitario, curiosamente ―o quizás no― en la misma universidad donde estudian Navas y compañía.


De la prueba de Hermanos Menores no puedo hablar mucho, porque no hubo. Dos de los miembros del grupo no llegaron a tiempo. Uno venía ese mismo día desde Valledupar, donde se enfrentaba a muerte con su tesis de Filosofía y el otro andaba muy embolatado con unos papeles de Colfuturo, porque pronto se embarcaría en la alocada empresa de estudiar composición en Alemania con fondos estatales. El que sí llegó muy a tiempo fue el guitarrista, Daniel Piedrahita, que me hizo compañía mientras pasaban las horas entre las pruebas de sonido y el comienzo del concierto. Poco a poco fueron llegando almas furtivas que buscaban fiesta ese jueves. Unos entraban al prostíbulo, otros, los más avezados, entraban a El Chamán.


Daniel Piedrahita, de Hermanos Menores. Fotografía por Marcela Parra. Mayo 2019


El bar se fue llenando. Comenzó el conjunto de Santiago Navas, a quienes les alcanzó el tiempo para encender la fiesta e ir a terminar sus deberes. Luego siguió un estruendo voraz. Hermanos Menores, ya con sus tres integrantes pasmó al público presente. Tocaron algo que llamaron Inversión Interna de la Tibia, haciendo alusión a una afección física que sufre o el guitarrista o el baterista. Les bastaron algo más de veinte minutos para dejar a varios pares de oídos retumbando. El turno de cerrar esa velada fue para El Ombligo, que de alguna manera logró sintetizar los dos polos que se habían manifestado en la fiesta: la sabrosura y la estridencia. Como si se tratara de un dj set, los tres músicos tocaron sus canciones de corrido, sin dar tiempo a que la audiencia siquiera aplaudiera o se secara el sudor.


El Ombligo. Fotografía por Marcela Parra. Mayo 2019


Más o menos esos son esos son los gratos recuerdos que tengo de esa noche de Festival Lasonada.


Escrito por Santiago Álvarez Méndez

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