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  • Foto del escritorSello InCorrecto

El eterno rival


revisión de la narrativa cinematográfica colombiana sobre la Selección Argentina



“Batistuta, hijueputa,

Goicochea, gonorrea”

–Cánticos de hinchas Colombianos,

después del 5-0 (septiembre, 1993)



La verdad yo no sé si antes del 5-0 la gente en Colombia se andaba con el cuentico de que “esos argentinos sí son muy engreídos”. Eso fue en 1993 y yo apenas nací dos años después de semejante proeza nacional. Tampoco sé muy bien si lo de los argentinos y lo de su ego es un estigma global. Creo que sí, pero de lo que estoy seguro es que ningún país hace tanto hincapié en ese rasgo de la personalidad gaucha. Los colombianos –o los que alcanzaron a vivir la hazaña– hablan de los argentinos como quien ha tomado el toro por los cuernos. Hace 25 años, en una noche bonaerense de septiembre, el onceno colombiano domó el ego argentino y en su propio estadio les dio una paliza futbolística. A la dos veces campeona del mundo. A la subcampeona actual. A la cuna de los grandes próceres del futbol mundial. Al equipo de Maradona y Batistuta. Frente a un estadio vociferante y repleto de hinchas albicelestes… En fin, ese mágico 4 de septiembre no se vuelve a repetir en ningún otro universo paralelo


El astro argentino meses antes había dicho que “las cosas se tenían que mantener como eran: Argentina arriba y Colombia abajo”. Desde luego, las aseveraciones del 10 no fueron bien recibidas por los colombianos, quienes lo tildaron de agrandado y lo volvieron el blanco de todos los comentarios posteriores a la goleada. He escuchado gente decir que desde que Maradona dijo que Colombia era un equipo chico, la Selección Argentina no gana un título. Y es verdad, hace 25 años que los argentinos no conquistan nada. Quizás, como también he escuchado, mi Diosito es colombiano y no gaucho. Maradona, Dios en los campos de fútbol, se había retirado de la selección tres años antes, pero al ver la estrepitosa caída de los suyos y la obligación de ganar el repechaje para ir al mundial, no dudó en volver a ponerse la celeste y blanca.


Desde esa lección de humildad brindada por el combo de Valderrama, Rincón, Asprilla y compañía al astro mundial, los hinchas colombianos –poco acostumbrados a las goleadas– se sintieron con la autoridad moral para hacer lo mismo con sus pares argentinos. Y bueno el resto ya lo saben. Desde la fecha, cada 4 de septiembre hay una nota en la prensa o en el noticiero que recuerda la bofetada al ego albiceleste.


La cosa no paró ahí. En cada partido la prensa generó un ambiente espeso y lleno de rivalidad. La Selección Argentina se constituyó como el rival a vencer. Un clásico a muerte. Yo no sé si para los argentinos haya sido igual. En realidad creo que su rival a vencer siguió y seguirá siendo Brasil, pero bueno. Después del 93, todos los partidos con los gauchos eran batallas épicas, tanto en la previa como en la cancha. Quizás el juego más emblemático fue aquel 3-0 por la Copa América de 1999. Sí, aquel partido en el que el 9 histórico de Boca Juniors, Martín Palermo, no desperdició ni 1, ni 2, ¡sino 3 cobros desde el punto penal! Semejante mala fortuna del delantero seguía demostrando de qué lado estaba Dios. La historia parecía cambiar de rumbo y hacía de Colombia “el nuevo papá” de Argentina.


Para colmo de males, en el 2001 –año en el que Colombia albergó la Copa América en medio de secuestros y un fallido proceso de paz– la confederación argentina le dio la espalda al país y no asistió al certamen. A las oficinas de la AFA llegó el 26 de junio de ese año una carta en la cual se amenazaba a todo el plantel argentino en tal caso de participar en la copa. La forma más efectiva para ganar el torneo es que no participen las selecciones grandes –pensó el hincha extremista que mandó la misiva. Esto es una costumbre muy colombiana. Podemos recordar como en el 2014, miles de hinchas colombianos amenazaron de muerte al pobre jugador amateur francés que lesionó al tigre Radamel Falcao García… El caso. Expuestas las razones de peso, los gauchos se ausentaron de la Copa, despejaron el camino para la Selección Colombia y alimentaron su fama de engreídos, cosechando nuevas enemistades.


El apabullante triunfalismo vivido en esas épocas, impregnó las producciones cinematográficas de la esa década con su particular visión sobre el argentino como rival, mientras que a su vez y de manera simbiótica fortaleció dicho imaginario. De 1993 a 2003, años en los que la producción de películas nacionales fue escasísima (20 películas en una década), dos películas abordan el fútbol como problemática y en ambas, el rival de la selección Colombia es Argentina. Estoy hablando de Golpe de Estadio (Sergio Cabrera, 1998) y La pena máxima (Dago García y Jorge Echeverry, 2001).



Después del acenso vertiginoso, en la década de los 90, debido a la calidad de juego de la Selección, los hinchas patrios comenzaron a emocionarse y a apoyar de manera apasionada a la tricolor: la clasificación a tres mundiales de manera consecutiva, las llegadas a instancias definitivas en la Copa América y el apoteósico triunfo sobre Argentina, moldearon un hincha verraco, sin miedo a ningún contendor y ferviente devoto de las ordenes de Maturana y el Bolillo Gómez. Este hincha entregado con terca devoción divina a la camiseta amarilla fue la excusa perfecta que encontraron los realizadores para hablar de una especie de ethos colombiano. Un carácter que salía a flote en tiempos de dificultades y con el que ingenio y la mal llamada “malicia indígena” se apoderaban de los cerebros de los protagonistas. El colombiano promedio, fuera en un frente de las FARC, o en un pelotón del ejército, o en el funeral de un familiar, siempre se las arreglaría para poder seguir a su Selección.


En este texto se hará una revisión de cómo se percibe a los argentinos en ambas películas y cómo se describe la idiosincrasia del hincha colombiano, que es capaz de no disparar una bala o de abandonar a su familia si el onceno patrio está en un campo de juego.


Golpe de Estadio narra cómo en un caserío ficticio bautizado Nuevo Texas, dadas las cualidades de su subsuelo, la fuerza pública y la guerrilla logran pactar un cese de hostilidades para ver el último partido de las eliminatorias al mundial de EE.UU del 94. ¿Saben cuál es ese partido? Así es, el 5-0 del que venimos hablando desde el milenio pasado. Mediante el fútbol y de una manera elemental, el director Sergio Cabrera logra evidenciar que, en más de una ocasión, los enemigos irreconciliables se unen bajo una misma bandera, en este caso, la selección colombiana de fútbol.



La primera secuencia de la película nos muestra un enfrentamiento entre el ejército y el grupo insurgente, mientras ambos bandos se las arreglan para escuchar el partido que transcurre en ese mismo momento y que enfrenta a la Selección Colombia frente a su par peruano. Conforme el combate se pone más álgido, el partido se pone más emocionante. Tanto militares como guerrilleros se ven igual de preocupados por el desenlace del partido. Todo es un caos. La concentración que requiere la guerra está puesta en el encuentro. En el momento del primer gol de Colombia, un helicóptero que buscaba detener el asedio guerrillero, dispara un misil y de la emoción, tumba la antena que permite oír el partido. A partir de ahí todo es un derroche de temperamento colombiano. Toda la atención de los protagonistas gira en cómo se las arreglan para ver el último partido frente a la Selección de Argentina.


En un momento la distracción por el curso de las eliminatorias es tal que el sargento y el comandante guerrillero, ambas figuras de poder dentro de los dos ejércitos, se ven en la obligación de prohibir el fútbol. Prohibir el fútbol, casi tan imposible cómo prohibir la guerra dice sabiamente un guerrillero mientras sucede lo narrado. Sin embargo, ambos bandos se revelan a la imposición y hacen caer en cuenta a sus dirigentes de lo inviable de la medida.


Así las cosas, y con el ánimo de ver el partido de cualquier manera, se pacta un cese de hostilidades en el cual se estipula no sólo no agredirse mientras que se dispute el cotejo sino verlo en comunidad en el caserío de Nuevo Texas. El vaivén de la negociación dura los siete días de distancia entre el partido con Perú y el encuentro con la selección argentina. Como todavía la antena estaba destruida, los antiguos enemigos trabajan en conjunto para solucionar el problema. De manera hechiza hacen una antena que les permita ver el partido.

Guerrilleros de un lado y soldados del otro, se sientan a ver la previa del partido en medio de un ambiente hostil. En un momento ven[las declaraciones de Diego Armando Maradona mencionadas anteriormente. Un solado reprocha y dice “–Ahora resultó historiador. Argentinos malparidos”. El partido comienza y conforme van llegando los goles de Colombia el ambiente se empieza a relajar. Uno, dos, tres goles de la selección patria, y los antiguos enemigos se abrazaban extasiados y llenos de júbilo.


Después de la finalización del partido, la transmisión enfoca a los hinchas argentinos presentes en el estadio aplaudiendo al combinado cafetero. Un guerrillero argentino, que durante toda la película advirtió que su selección ganaría, desconsolado, al ver cómo sus compatriotas felicitan y reconocen la demostración de buen fútbol, comienza a aplaudir. Todos los presentes reconocen su gesto y aplauden también. En seguida se vuelve a ver la transmisión y se ve a Maradona aplaudiendo. Las caras de indignación y estupefacción se hacen notar y la rechifla se apodera de la escena.


Luego del holgorio, el partido acaba y todo parece volver a la normalidad. Los guerrilleros se internan en el monte y los soldados regresan a su base. El sargento, mañoso como buen sargento, da las coordenadas de la tropa guerrillera para que un helicóptero pueda abatirlos. Sin embargo, titubea y da reversa a su decisión. En su corazón quedan los recuerdos de la noche anterior y los lazos trazados por el fútbol.


**

La segunda película a tratar es precisamente del año de la Copa América y salió tan solo un mes antes del certamen. ¿De quién sería ese golazo taquillero? Sí, Dago García, el mismo de Dago García producciones. Quién a punta de taquilleras e idiosincráticas películas ha financiado producciones cómo El abrazo de la serpiente (2015) o Señorita María, la falda de la montaña (2017) ¡DUÉLALE A QUIEN LE DUELA! Maestro por experiencia de la codificación de lo colombiano en la pantalla grande, hizo un retrato de la pasión que suscita el futbol en estas tierras. Mariano, concha como él solo, es un empleado público, hincha furibundo de la Selección. Asegura que cuándo él ve un partido de Colombia, la Selección no pierde. Después de celebrar como nadie un mísero pero histórico empate en Buenos Aires, intenta de manera irresponsable y arrebatada ir a la definición de la llave en el Estadio el Campín, pasando por encima de sus responsabilidades familiares e inclusive arriesgando el futuro de su hogar


La segunda escena de la película muestra a Mariano junto a su familia, viendo el partido jugado en Buenos Aires. En primer plano están su hermano menor, Saúl, y su tío, colombiano por obligación e hincha de Argentina, que hace reiterados comentarios quejándose de la mentalidad colombiana: Por eso este país está como está o qué mentalidad tan pobre celebrar un empate son algunas de las frases que lanza mientras transcurre el partido.



En un primer plano se refleja el televisor en la cara del personaje y se escucha al narrador del partido mencionar los grandes nombres de la Selección Argentina, dando a entender que Colombia va perdiendo. Que sinfonía dice el tío extasiado. De repente un jugador colombiano la roba y marca el gol del empate. Saúl se levanta y corre gritando, mientras que Mariano se queda en la silla y tiene movimientos espasmódicos, como si estuviera eyaculando. Luego, se levanta y en un plano general en el que se ve toda su familia mira a su tío. Hace gestos celebrando, pero mirándolo con violencia y haciendo ese gesto con el que los jugadores celebran los goles. Sacudiendo sus manos adelante y atrás de manera repetida y enfática, como si estuvieran fornicando. Después coge a su hermano, que sigue corriendo por ahí y lo besa. Toda la escena es erótica pero agresiva, como el deporte rey; competición que expide testosterona y en la que los hombres se rozan, se aprietan y hasta se besan celebrando los goles, pero eso sí nunca dejan de ser machos.

Suena el himno nacional de la República. El tío, emberracado y sentado dice que belleza de país, ponerle el himno nacional a un pinche empate la escena se pica y en un momento la esposa de Mariano tiene que imponer respeto, porque la abuela está presente.


Pasa la celebración y al otro día el tema sigue en el ambiente. En el desayuno, Mariano y Saúl siguen discutiendo con su tío que seleccionado es más grande, si Colombia o Argentina, otra vez en frente de su abuela. Los sobrinos discutiendo contra el tío se vuelven una analogía de las dos selecciones: el hombre de mayor edad encarna a Argentina y habla de cómo la historia y la tradición le dan la jerarquía suficiente a Argentina para ganar, mientras que sus sobrinos, menores que él representan a Colombia y la juventud, diciendo que la historia está hecha para cambiarse.


Otra vez los ánimos se caldean. Mariano trata de seducir a su tío para que apuesten 100 000 pesos al resultado del partido. El tío por su lado le reprocha que él ni siquiera tiene esa plata para apostarla, inclusive le dice: Usted es como la selección Colombia, puro toque toque y nada de nada. Esta frase desata la cólera de Mariano, como buen hincha de la tricolor. Le dice que, si es varón y tanto confía en Argentina, apueste la casa de su mamá. Lo trata de poco hombre, le dice que si se le ‘arrugó’ o que si le ‘tembló la nalguita’. Lo siegue tentando. Su actitud es vehemente. Saúl trata de hacer un llamado a la razón, pero esa apuesta ya no la detiene ni el verraco. Yo sé quién es puro toque toque y nada de nada dice el sobrino desafiante. El tío, iracundo, acepta, pero con una condición: si Argentina gana, aparte de la plata, Saúl, Mariano y su esposa tendrán que irse de la casa. La misma por la que apuestan y bajo donde vive toda la familia.


Podría escribir más de cómo Mariano encarna al hincha colombiano a lo largo de toda la película, pero para eso es mejor que la vea quien no la haya visto. La mañana del partido su tío amanece muerto y los dos sobrinos hacen todo lo que está a su alcance, no para enterrar su tío, sino para poder ver o escuchar el partido. Ahí es donde viene todo el derroche de ingenio e irracionalidad colombiana, por paradójico que suene.



***

A diferencia de Argentina, mi Selección si ganó un título después del 5-0. El único de su historia. En una Copa América disputada en su suelo y diseñada para tapar el oscuro panorama que atravesaba el país. Una Copa borrada de la memoria de muchos futboleros y futboleras. Una Copa eclipsada por el fracaso de no ir al mundial, celebrado un año después en Japón. Una Copa en la que nuestro archienemigo no participó. No, no me refiero a las FARC porque ellos sí que se hicieron notar en las semifinales, cuando mientras transcurría el partido Colombia - Honduras, secuestraron varios ciudadanos en un edificio de Neiva. Me refiero a los argentinos, nuestro archienemigo futbolístico.


En estas dos películas, los personajes identificados con Argentina ocuparon un rol “antagónico” frente a los intereses de los personajes que más encarnaban lo colombiano. En Golpe de Estadio, la selección argentina y Maradona son objeto constante del odio de los militares, que a lo largo de la película son quienes más encarnan este ethos colombiano del que hemos venido hablando. Por su parte, el único argentino que tiene presencia real en el tiempo de la película, es guerrillero, lo cual lo hace un agresor directo de la institucionalidad colombiana y sus símbolos.


Por su parte, en La pena máxima, el tío encarna un mal peor: el argentino que no es argentino sino colombiano. Alma presa en cuerpo ajeno. Se rumora que de esos hay uno en todo barrio. Sale a jugar micro con la camiseta albiceleste e intenta a punta de gritos organizar a sus compañeros. Cuando pierden, es quien más reprocha, y cuando ganan, el que más jode. Quizás así fue el tío de la película cuando joven. Pero como es tío, lo suyo no son los gritos en la cancha sino los gruñidos en el sofá, las frases despectivas alusivas a la Selección y a los otros símbolos del país, como el himno y la misma idiosincrasia colombiana.


Cuando sus sobrinos lo molestan por el empate, diciéndole que perdió, el tío responde: “¡Yo no perdí! ¡Yo no perdí! El equipo empató, que para un argentino con un poquito de vergüenza es como perder ¡Pero para mí no!


Toda la vida viví engañado, pensé que el enemigo de este país era el castrochavismo, pero resulta ser que son los argentinos. Ya entiendo por qué Maradona es quien siempre se lleva todos los insultos de mis compatriotas.


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