El maldito Club de Cuervos
- Sello InCorrecto
- 20 mar 2019
- 4 Min. de lectura
Escucho un programa basura en la radio, alguno de los varios que existen en la frecuencia modulada sobre fútbol. Solo escucho el inicio del programa. Lo escucho, por suerte o por desgracia, sentado en el puesto delantero de un carro, antes de llegar a mi casa. Un enseñorado —no es una cualidad— César Augusto Londoño lee una cita de Borges para empezar de forma intelectual(oide) el programa: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”. Buena esa, Borges. Buena, esa, César Augusto, emperador romano. Londoño no hace ningún comentario, solo recita la frase y la deja botada como una mata o como un muerto: «Miren lo que dijo este señor», pareciera decir. Su compañero dice que, con todo el respeto, Borges es un idiota (El Borges se debe estar revolcando en su tumba, seguramente). —Él es el estúpido —argumenta sin argumentar, como un niño. «¿Por qué? ¿Y, por qué? ¿Y, por qué?».
Bueno, este no va a ser un texto sobre fútbol.
Más bien, un texto sobre la pasión. ¿Qué diablos es la pasión? En nuestra cultura, seguramente tiene algo que ver con la muerte. Pero, eso sería lo más obvio. Lo que nos apasiona es lo que nos mata. O, más bien, nos dirigimos a lo que nos mata. Pasión, padecer. Lo obvio. Jueves y Viernes Santos. De nuevo, lo obvio. Nos apasiona el fútbol. Nos mata el fútbol. El fútbol es irracional, ergo, es una estupidez.
Lo que sí es cierto de la frase de Borges (sobre todo en boca de Londoño) es que lo popular es el fútbol. Por ahora, sería lícito cambiar la frase a: «El fútbol es popular porque ha creado lo popular». Sí, esta frase me suena más cómoda. El fútbol ha estructurado lo que somos. Nuestras pasiones. Ha ido generando el dolor, la tristeza de la pérdida, la arrogancia; cualquier idea o sentimiento de los barrios del Tercer Mundo.

Es por eso que probablemente la serie Club de Cuervos me sea tan atractiva. No nos llamemos a mentiras, la serie es chabacana y juega con estrategias propias de las telenovelas latinoamericanas. Es televisión bien hecha al estilo que nos han acostumbrado desde hace un par de años. Te dejan en punta para que sigas viendo. Sin embargo, hay algo más. La serie muestra cómo nuestras ciudades latinoamericanas han sido construidas (y de paso destruidas) por el fútbol.
Una síntesis: don Salvador Iglesias, un clasemediero venido a más a punta de trampas y corrupción compra el equipo Cuervos de Nuevo Toledo (un Macondo para nuestros tiempos convulsos), y lo lleva a la gloria, sin nunca poder ganar un campeonato, y gracias al equipo, Nuevo Toledo se convierte en una ciudad industrial pujante. Salvador muere y sus dos hijos —Chava e Isabel— se quedan disputando la presidencia del equipo. Él es un típico hijo de papi latino, obsesionado con el punto medio exacto entre el modelo de eficiencia empresarial Six Sigma y la autoayuda más ramplona; ella es una caótica trabajadora del siglo XXI, con la fe intacta en el trabajo duro).
Hablando de pasiones…
El programa tiene una forma atractiva, el arquetipo de siempre: una dinastía que se juega la vida entre el trabajo y la corrupción: una maldición, un destino irrevocable. En esa medida, como toda tragedia, es también la historia de Nuevo Toledo. Aunque los personajes de Club de Cuervos sean quizás los más atractivos de cualquier serie latina en este momento, la ciudad es la que se va transformando, creciendo y decayendo.
«Ser nuevotoledano es una fatalidad», diría Borges, si hubieran cambiado su cuerpo por el de un androide sexual y le gustara ver televisión. La serie no representa ningún gran cambio en términos narrativos, es una nueva interpretación de El Padrino, pero esta vez la mafia es un equipo de fútbol, y los ojos de afuera de Edipo son siempre representados por… el cuervo. Sin embargo, Nuevo Toledo es una representación de nuestras ansiedades políticas, económicas, raciales y de género.
En uno de los últimos capítulos, Chava se pregunta: —¿A qué le vas cuando le vas a un equipo de fútbol?. La respuesta parece ser una que todos conocemos, pero que es difícil expresar e incluso tocar (algo así como una ideología nacional posmoderna y digital). No le vamos a nada cuando le vamos a un equipo de fútbol, sino a cierta ciudad (no a la ciudad oficial, sino a una escondida, a ciertos fragmentos de una ciudad). Todos —absolutamente todos— los problemas sociales de Nuevo Toledo están tocados por su equipo de fútbol y es aquí cuando la pasión se involucra con la muerte. ¿Podrías morir por algo que no puedes tocar ni poseer? Sí, por supuesto. No hay otra respuesta.
Lo que también parece expresar la serie, desde esta lógica, es que esto que es tan popular, nos une a todos en la corrupción y la muerte. En Club de cuervos no hay personaje que no caiga. No hay un Edipo que cargue la culpa. Toda la sociedad está envuelta en una pieza de metal con púas. No hay posibilidad de salir de Nuevo Toledo. Si un personaje se va —como pasa con la estrella argentina de la delantera Diego Armando “Potro” Romani, quien intenta volver a Buenos Aires y termina volviendo a Nuevo Toledo para convertirse brevemente en striptisero en un spin-off de la serie— siempre regresa.
Cárcel, infierno, manicomio. Nuevo Toledo se inunda de fuego. Esta es la cuestión: si por momentos en Club de Cuervos parece haber protagonistas y antagonistas, la verdad es que esta es una lucha entre Nuevo Toledo y los nuevotoledanos o, mejor, entre los nuevotoledanos y los nuevotoledanos. En la tragedia clásica hay a quién echarle la culpa de una afrenta a la divinidad. En Club de Cuervos no hay divinidad que valga ni tampoco rostro responsable. La unidad de Latinoamérica es esta: pobres y ricos; indios y blancos; mujeres y hombres... todos son responsables de esta miseria. Fútbol bueno, fútbol maldito.
Escrito por Camilo Casallas Torres.
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