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  • Foto del escritorSello InCorrecto

Ahora te vamos a llamar hermano: el poder a veces dialoga con el pueblo



Encontré una película hecha para nuestra coyuntura. No habla de Colombia ni de la minga, pero su problemática termina siendo casi la misma; los reclamos por la tierra y la dignidad, tan transversales en la historia de nuestra América, se hacen presentes en el pasado y en el presente, por allá y por acá. Sin embargo, lo que sin duda sí es distinto es la voluntad de quien está en el poder ―sea el poder estatal, o el poder representacional del hombre de la cámara― por escuchar, conversar y reunirse con los indígenas de una manera horizontal.



“Ahora te vamos a llamar hermano” es un documental chileno y fue grabado en 1971. Durante el filme, que dura 13 minutos, poco se habla en español, por más de que sea la lengua materna de su director, Raúl Ruiz. No se habla en español porque se habla en mapuchedungun o el «idioma de la tierra» según su traducción. Este es el idioma de los Mapuches, un pueblo ancestral chileno que se ha caracterizado a lo largo de la historia por su fiera resistencia a los valores de Occidente.





En la película no hay casi ritos ni celebraciones ni tradiciones mapuches. No hay ni un mínimo atisbo de idealización bucólica de los indígenas campesinos. Sentados con ropa de trabajo, una pareja de ancianos comentan a la cámara, el grado de abandono estatal al que están sometidos. Pero a los Mapuches no solo los ha sometido el gobierno. También los poderosos «nacionales y extranjeros», que han intentado hacerse con sus tierras, los han relegado a tierras poco productivas. ¿No les suena similar esta historia?


Las tradiciones indígenas se hacen expresas a través del discurso político que narran los protagonistas. Después de la interlocución con los dos ancianos, el turno es para un jóven mapuche, que parece sacado de una película de Kusturica. Su primera aparición irrumpe el plano de manera violenta. Haciendo un ademán de pelea, como quien se va a quitar la chaqueta para no mancharla con la sangre de su oponente, el joven pregunta: “―¿Por qué nos hicieron esto? ¿Por qué no se compadecieron?” ―pero también advierte: ―Solo ahora tenemos poder. En este gobierno tomaremos nuestras tierras.


Las palabras del joven no son simples arengas. La posibilidad de cambio, por allá, para 1971 era una realidad latente. La película se enmarca en el encuentro del presidente Salvador Allende con el pueblo Mapuche, para anunciar la creación de la Ley Indígena Nº 17 729. Con esto, se pretendía potenciar el desarrollo económico y social de los pueblos indígenas. Lo que significó un verdadero cambio de paradigma y desembocó en una reforma agraria, en la que se reconocía a la tierra como un bien colectivo de las comunidades indígenas. Desde luego, este proceso fue erradicado con el golpe de Estado que sufrió Allende a manos de los militares.



La película sigue y yuxtapone el discurso de la familia indígena junto a imágenes de la concentración popular que se moviliza para oír el discurso de Allende. Este juego de montaje nos enuncia de manera sutil cómo el presidente enarbola el sentir del pueblo. Redobles de tambor y gente concentrándose se muestran mientras el discurso de la abuela mapuche se hace cada vez más beligerante. El ambiente por fin encuentra su punto de ebullición cuándo Allende toma el micrófono. En tono de caudillo ―como era la usanza por allá en los 70― Allende habla sobre la tierra, los medios de producción y los explotadores. El pueblo arenga, a veces escucha con atención, otras veces solo ondea las banderas y golpea los tambores. Se acaba el discurso. Suena un cuerno que toca una atípica «para nosotros»melodía. Vuelve a la escena el anciano mapuche. Le canta a un hermano. Repite constantemente: “―Ojalá no te olvides de nosotros, hermano”. La cámara enfoca ahora al paisaje: un montón de tierra seca por arar. En la inmensidad de la tierra se encuentra el joven con un azadón en la mano. Ya se fue el presidente. Ahora queda el trabajo. “―Tú, amigo mío, hermano mío. Qué te acuerdes de nosotros, amigo mío, hermano mío”




Escrito por Santiago Álvarez Méndez

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