Viaje a Cartagena: impresiones de una celebración de cine
- Sello InCorrecto
- 31 mar 2019
- 7 Min. de lectura
El cine aún se celebra en comunidad. Independientemente de la aparición de la posibilidad del consumo audiovisual por medio del computador o el celular, creo fervientemente —y parafraseando a Godard— que la perdurabilidad y aparición cada vez mayor de festivales de cine, se debe a ese vínculo sagrado que reúne a los espectadores en una soledad acompañada. A esto se suma la fortuna de que en algunos festivales se puedan estrenar y exhibir películas que no tienen ninguna otra ventana de visibilización. En este caso el FICCI —Festival Internacional de Cartagena de Indias— es la mejor opción en Colombia.
Tuve la oportunidad de asistir en la versión 59, que finalizó el pasado lunes 11 de marzo, y me quedan varias impresiones: algunas enfocadas en el cambio del equipo de programación, y otras, precisamente, orientadas a una pregunta por el consumo y la circulación del cine, de cara al futuro o muerte del séptimo arte. En esta nota intentaré exponer ambos tipos de impresiones.
A partir del 2015 el festival era dirigido artísticamente por la reconocida productora de cine Diana Bustamante, quien desde siempre ha tenido una línea curatorial y de interés claro: unas narrativas transgresoras y atrevidas, en las que la posición política y moral radical, junto a las exploraciones formales del lenguaje cinematográfico, parecen primar por encima del contenido. Este foco fue, durante 4 años, lo que marcaba su impronta a los programas cinematográficos del FICCI.

Ahora, con la dirección de Felipe Aljure, realizador cinematográfico con tres largometrajes estrenados, la dirección curatorial se enfocó en exhibir películas que dan muestra del presente del séptimo arte a nivel internacional. Este intento, que responde a la dinámica habitual de los festivales, por exhibir películas que no tienen otras posibilidades de distribuirse en nuestro país, termina, a mi parecer, en una recopilación de las películas más relevantes o populares de los grandes festivales del mundo, como Cannes, San Sebastián, Locarno, etc. En otras palabras, el FICCI termina convirtiéndose en una segunda ventana para seguir dando nombre a las películas que el mundo cinéfilo ya tiene en la vista.
En fin, parece más una estrategia para atraer consumidores, que un auténtico propósito de presentar a su público obras nuevas y de autores jóvenes. Esto lo demuestra gran parte de su programación para este año, la cual incluyó más de 5 películas seleccionadas en Cannes (Selección oficial y Certain Regard), además de la ganadora de Locarno, San Sebastián y Sundance.
La apuesta por incluir películas que ya han dado de qué hablar en otros escenarios del globo es una postura segura y garantizadora de una aceptación por parte del público. Sin embargo, el ejercicio curatorial se ve mediocre y se limita a generar grandes expectativas, pero sin un contenido original. En últimas esta selección no es más que una amenaza para los espectadores, especialmente para aquellos que no conocen bien el tema, y que visitan el festival más como una excusa de fiesta que de celebración cinematográfica —lo cual está bien en la medida en que los festivales también tienen este componente, una idea que abordaré más adelante—, pues resultan vulnerables a consumir productos buenos, pero que no necesariamente los cuestionan, o se atreven a proponer algo nuevo en el lenguaje cinematográfico.
Esta perspectiva, que puede resultar criticona, me lleva a pensar en el mayor error en el que puede caer un festival: facilitar y propiciar la infoxicación, aquella en la que el espectador termina consumiendo contenidos irrelevantes que además no tienen una recepción activa. Esto es un asunto delicado, considerando que la mayoría de asistentes al FICCI son estudiantes (un público en formación, cuyas características están dispuestas a la experimentación y la apertura formal en el lenguaje cinematográfico).
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Al momento de enfrentarse a la programación de un festival de cine, algunas personas prefieren dejarse llevar por lo que ofrece un espacio concreto, o solo por la atracción de un título, una categoría, o un afiche. Para lidiar con el problema de la programación y para evitar ver alguna obra mala, o de la que me arrepienta porque no está entre mis intereses, he creado un pequeño algoritmo que a continuación comparto: este consiste en, primero, leer la sinopsis de todas las películas; a partir de allí, en segundo lugar, hago una preselección de las que me llaman la atención, y empiezo a agendar una por una según varios criterios: 1) que sean películas que estoy seguro no van a ser estrenadas en salas comerciales; 2) obras que pertenezcan a categorías diferentes, en especial considerando el criterio que se eligió para formar programas temáticos (por ejemplo, en esta versión del FICCI, hubo una categoría sobre Migración, otra sobre Juventud, etc.); 3) que todas se proyecten en un mismo espacio, pues es importante ahorrar tiempo de desplazamiento, además de garantizar una buena proyección.
Con la aplicación de este método, logré ver 16 filmes, principalmente atraído por la selección de ficciones internacionales, películas sobre adolescentes, y la muestra omnívora, dedicada al cine más experimental. Gracias a ello, vi 3 grandes obras de las que quiero mencionar algunos detalles, invitándolos a que, si tienen la oportunidad, las vean.

A Land Imagined (Siew Hua Yeo, Singapur, 2019) mi favorita en lo que va del año. Una apuesta por mezclar diferentes variantes del thriller en una clara película de autor que reflexiona acerca de la modernidad, la esclavitud contemporánea y la migración en Singapur desde la perspectiva más inesperada, entretenida e interesante posible. Una construcción de personajes novedosa que pone en cuestión la verosimilitud de la ficción y enriquece de sobremanera el estereotipo universal del detective y la víctima. Además un soundtrack de techno asiático sorprendente, que va muy de la mano con un logro en el montaje y que, además, demuestra que el gesto creativo del cine es tanto la conciencia de cada plano, como permitir que la vida se dé ante la cámara. Nunca había disfrutado tanto el lag de un videojuego, como se da en el lirismo y la bella contemplación de una pantalla de computador sobre el final de este film.

We the animals (Jeremiah Zagar, EEUU, 2018), con un inicio sorprendente y envolvente esta bella e íntima película genera una empatía y simpatía inmediata por sus personajes. En medio de la marginalidad de una familia latina aislada de la zona urbana de Nueva York, se desarrolla la mirada inocente de un niño rodeado de amor fraternal que con la llegada de la preadolescencia, se empieza a enfrentar a la soledad que la acompaña; ese extraño fenómeno que todos hemos sentido alguna vez, de estar rodeado de personas pero ser un inadaptado. La apuesta formal de este filme, cuyo lirismo, por medio de la cámara, decide mostrar la belleza que hay entre la hostilidad, mientras sostiene el punto de vista del niño protagonista. Estos elementos son perfectos para crear esa atmósfera que logra y que aparece con tanta facilidad. La mezcla de animación, metáfora y libertad creativa, hace de esta una de las películas más destacables del espíritu indie americano.

Eighth grade (Bo Bumham, EEUU, 2018), respetuosa, divertida, honesta. Esta película explora el fenómeno de youtube y las redes sociales en preadolescentes (en un contexto que el cine norteamericano no suele retratar: el grado previo a la preparatoria). En este sentido, la película resulta una mirada crítica a la posición del éxito, que desde esta edad se busca imponer a los jóvenes. La mirada de una niña y sus desencuentros con la chica cool y el joven atractivo, son solo un sketch dentro de una gran y sutil estructura que se desenvuelve en una bella reflexión sobre qué es crecer. Especialmente destacable de este filme es la relación que hay entre los actores del padre y la niña, la cual le mereció a la joven Elsie Fisher una nominación al Globo de Oro.
De las otras películas que logré ver, vale la pena mencionar Aquarella (2018), una genialidad del cineasta ruso Victor Kossakovsky, quién en esta arriesgada obra nos enseña más de la naturaleza que un tradicional documental expositivo de National Geographic. Esto mismo lo muestra la película china Long Day´s journey into the night, de 140 minutos, contemplativa, y con cerca de 55 minutos de su metraje en un plano secuencia para visualizar en 3D; y los Días de La Ballena, una película más pertinente que nunca para el contexto colombiano.
En general, las películas que vi me permiten sacar un par de conclusiones: que cada vez hay más historias de comming of age, es decir, historias en las que se explora el paso infancia-adolescencia-adultez, y que son creadas por la mirada de jóvenes realizadores. Esto lo digo no solo porque según informa el equipo de programación, eran tantas las películas de este perfil, que se creó una categoría exclusiva para ello, sino que, también, filmes de otras categorías corresponden a esta temática: We the Animals que estuvo en la sección Omnívora; Raia 4 en la sección de Ficciones de Allá; Niña Errante en las ficciones nacionales, entre otros.
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Para finalizar, sería importante discutir un elemento nuevo e inusual dentro de la programación. Cada vez más la realidad aumentada, la realidad virtual, la realidad alterna, se sumergen en la experiencia narrativa y comunicativa. Tanto así que ahora es extraño no encontrar realizadores audiovisuales que exploren esta posibilidad, o festivales que creen ventanas para exhibirlo. El FICCI estaba demorado en ello con respecto a otros, y este año tuvo 8 obras instalativas, de las cuales pude ver algunas, y no me parecieron un gran logro. Es curioso porque, finalmente, ponerse unos lentes VR reduce la experiencia del individuo y aleja al cine de la experiencia en comunidad, de disfrutar la proyección en compañía de otros, y que en los inicios de este arte/industria, significó el éxito de los Lumiere por encima del Kinetoscopio de Edison.
Es por ello que los festivales de cine continúan existiendo, y parte vital de su constitución está en ofrecer fiestas y experiencias paradisiacas. No es gratuito que los festivales más importantes se celebran sobre la costa del mar, o en lugares de tradición turística. Este factor propicia que el cine se celebre como un arte popular y continúe por esta vía en el futuro, resistiendo al consumo de contenidos en la pantalla chica (los celulares o los computadores), que, en realidad, reducen la experiencia de la pantalla grande, alterando los planos y su lenguaje propio llevando a que cada vez más se narre en primer plano y se evite el plano general.
Sin contar que, además, hace que se pierda la experiencia del sonido, quizás el campo en el que más ha avanzado la tecnología inmersiva en los últimos años. En otras palabras, que existan salas acondicionadas con tecnología atmos, es una clara muestra de lo que puede ofrecer la sala de cine, experiencia que no vamos a lograr con nuestros audífonos conectados al computador, que al igual que la realidad virtual, tampoco nos permite compartir con otros, el ver y empatizar ante un gran film, como esos que nombre y logre ver en el 59 FICCI.
Escrito por Manuel Zuluaga
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