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La apuesta

Anselmo de Canterbury, el gran escolástico del Renacimiento del siglo XII, en el libro ¿Por qué Dios se convirtió en hombre?, escribió algunos apartes sobre la influencia que tiene el Diablo en el ser humano. Para los medievales anteriores, la cuestión era fundamental y se desarrollaba —con una ansiedad tremenda— en torno a por qué su Dios era asesinado, y toda la esquizofrenia subsiguiente se desenvolvía alrededor de las grandes preguntas: ¿Jesús elige voluntariamente ser asesinado? ¿Cómo es posible que nuestro Dios tenga carne y huesos? ¿Por qué nuestro Dios son tres personas al tiempo? ¿Por qué Dios tenía que ser asesinado por todos nosotros y si Dios es tan bueno por qué no nos quitó de encima la culpa del pecado sin más? Y ¿si el Diablo es un sujeto lleno de maldad, por qué interfirió para que la humanidad se salvará, colaborando para la crucifixión de Cristo?


Esta última pregunta —que es una pregunta sobre el papel jurídico de Satanás— es la fundamental. Para ponerlo en términos actuales, se trata de saber si Satanás fue cómplice en el crimen contra Jesús y en la posterior salvación de la humanidad, si fue actor intelectual, actor material, espectador o si fue engañado. Precisamente, antes de Anselmo, se creía (también con base en los escritos de los doctores de la Iglesia) que Satanás tenía algún tipo de autoridad sobre los hombres y que era, en parte, equivalente a Dios, pues hacía a los hombres y mujeres caer en el pecado. Es decir, dos fuerzas, el Bien y el Mal, controlaban todo aquello relacionado con las conductas de la humanidad.


Anselmo, con su inteligencia prominente, desecha el tema fácilmente y les da tranquilidad a los creyentes al construir otro tipo de universo: Satanás no es un igual a Dios, no controla nuestras acciones, sino que, como fue otra criatura creada por Dios, es casi como un animal. Es un ser —si se quiere lo podemos ver así— inferior y juguetón que hace maldades. En esa medida, es como un virus de computador. No lo podemos ver, no tiene un poder inderrotable, pero sí nos puede hacer daño.


Por supuesto, en la Biblia ya hay ejemplos de un Demonio igual a Dios. Por ejemplo, al inicio del Libro de Job, todo la narración y los hechos de sufrimiento que vive Job parecen desencadenarse de una mundanal apuesta que juegan Dios y Satanás:


Un día vinieron a presentarse delante de Jehová los hijos de Dios, entre los cuales vino también Satanás. Y dijo Jehová a Satanás: ¿de dónde vienes? Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: de rodear la tierra y de andar por ella. Y Jehová dijo a Satanás: ¿no has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal? Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: ¿acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa, y a todo lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra. Pero extiende tu mano y toda todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia. Dijo Jehová a Satanás: he aquí, todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él. Y salió Satanás delante de Jehová (Job 1, 6-12).


Como es claro en este aparte, Dios acepta como si nada la apuesta de Satanás, solo para probar la fe de Job. Este es un Dios bastante distinto al que podemos conocer, pues parece querer probar su creación, como si no estuviera seguro de ella. Esta es, ya debe ser claro, el argumento de la gran obra maestra de la televisión colombiana, Tentaciones. Serafín y Luz Bella apuestan la prosperidad del matrimonio de Camila y Rafael.



Se trata de un trama atractiva y que contradice cualquier erudición por parte de los pensadores de la Iglesia. Precisamente, el tema de la apuesta parece ser un tema popular, vulgar, y no una doctrina establecida por la Iglesia. En ese mismo sentido, hay que señalar que Tentaciones es una secularización o, mejor, una materialización y una lumpenproletarización de la teología cristiana.


Serafín y Luz Bella no son equivalentes a Dios y a Satanás respectivamente. Todo lo contrario, si uno tiene en cuenta la trama de la serie, se trata de seres abandonados y condenados al fondo de la escala angelical. Estos no son grandes arcángeles ni demonios poderosos. Por el contrario, están apresados en esta casa clasemediera venida debajo de un país sin importancia.


Lo otro es que Jehová y Satanás hacen su apuesta con respecto al siervo más importante de los que habitan en la tierra. Job es un judío ejemplar, que cumple las leyes y alaba a Dios con constancia. Por el contrario, la casa de los Rodríguez (ese apellido por lo demás tan común) está llena de pecados. Camila es antipática, soberbia y arribista, y Rafael, «El Cafre», es lujurioso, ocioso y terco. De resto, los personajes de la serie son chismosos y rencorosos.


Parecería claro que Serafín y Luz Bella han sido abandonados de la gracia de Dios (y del Diablo). Están condenados o, simplemente, sus amos se han olvidado de ellos. En ese sentido, todo esto parece más un juego que alguna situación decisiva de la teología universal. Desechados por las jerarquías angelicales y demoníacas (¿existe un orden social en el infierno o se trata de una anarquía?), Serafín y Luz Bella solo juegan a duplicar interminablemente la apuesta de Satanás y Jehová frente a Job.


De hecho, no recuerdo si en algún momento Dios o Satanás aparecen o si quiera hablan durante la narrativa de la serie. Por lo menos dentro de su universo no parecen existir, sino que solo quedan las clases sociales bajas de la creación divina. El mundo es material y lo único que queda de teológico es un chiste. Es la misma apuesta, pero ya sin nada qué perder o ganar, solo un juego.


Texto escrito por: Camilo Casallas Torres

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