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La loca y el general

  • Foto del escritor: Sello InCorrecto
    Sello InCorrecto
  • 10 feb 2019
  • 3 Min. de lectura


Margarita Villaquirá limpia con un pañuelo de terciopelo rojo un rifle Winchester semiautomático. Luego lo toma entre sus manos y lo guarda en el desván de su casa, una construcción bogotana, arcaica y sucia, mal enclavada en los confines de una ciudad que no albergaba más de ciento veinte mil almas en desdicha y cuyo cielo se asemejaba una tempestad a punto de arrasar con todo.


Texto: Astrid Ávila Castro Ilustraciones: María Cuervo


Margarita guarda su rifle acompañada por la mansedumbre de la tarde y clasifica sus recuerdos según sonidos animales: el lamento del jilguero, la derrota de los liberales; el ajeo de la perdiz, una altiplanicie veraniega; el silbido de la culebra, la tortura desmedida; el graznido del ganso, la niña Margarita; el gorjeo del canario, su madre pelando maíz; el susurro del grillo, la suma de todas las fatalidades.


Su esposo, Nemesio, partió a la guerra en 1902 armado apenas con una navaja de asta de búfalo heredada de su padre y un escapulario con la imagen de Nuestra Señora de la Consolación que en su revés declaraba: que la virgen te acompañe. El estruendo de dos mil fusiles lo ensordeció a él y a siete mil soldados que conformaron las filas del general Rafael Uribe Uribe durante la batalla de Palonegro, en Santander, y que fueron derrotados uno tras otro en el final simbólico de la Guerra de los Mil Días.


Margarita le prendió fuego a su rancho que no valía nada y salió con su único hijo en brazos después de la muerte de su esposo. Su destino era Lebrija y su propósito encontrar a Rafael Uribe Uribe. Los tres perros de la finca -un tugurio artesanal con dos tejas, una mata de plátano y un loro- la siguieron hasta que se montó en un carruaje de seis ruedas rumbo a Santander. El loro observó el incendio mientras repetía con cinismo las líneas que se sabía desde siempre:

Viva el Partido Liberal, ¡abajo los godos hijueputas!


***

A dos días de su asesinato, el martes 13 de octubre de 1914, el general desnudo plancha con resignación las tres piezas de su traje de paño y mira a Margarita desde el féretro imaginario en el que habita todo aquel que se sabe mártir con la anticipación suficiente. Observa a una mujer menuda, gibosa y de piernas amplias que ha encontrado en la entrega absoluta la resolución última de su destino. Margarita expande sus muslos y presume con desenfado su vulva indulgente y provocadora de cincuenta y cuatro años. El general regresa por un momento a la realidad y se deja seducir por el encanto de la mujer.


***

Los futuros carniceros de Rafael Uribe Uribe, Leovigildo y Jesús, afilan sus dos hachuelas sobre una piedra prehistórica la madrugada del 14 de octubre de 1914. La última hora ha transcurrido entre desvaríos alucinantes. Analfabetas y lúcidos, los campesinos se han desplegado en un diálogo sereno sobre las desventuras de los hombres y la redención de la que se sienten dueños mientras fraguan el asesinato. Aunque no discuten los pormenores de su determinación, reivindican una certeza en cada palabra.

Leovigildo y Jesús creyeron en el Partido Liberal desde que sus padres, entonces adolescentes que sobrevivieron a la Guerra de los Supremos, conformaron las primeras filas de un partido político ideado por el caudillo José Ezequiel Rojas a mediados del siglo diecinueve. Los padres de los dos carpinteros también perdieron la vida luchando en vano por el apellido de un ideólogo: Rojas, ese color sobre el que se han enarbolado banderas, eliminado disidencias, iniciado revoluciones, nombrado barrios y perpetrado matanzas entre pueblos agobiados por las mismas miserias.


***



El miércoles 15 de octubre de 1924 los cerros ennegrecidos le hablan a Margarita de un pasado trágico. Se cumplen diez años desde que mataron a hachazos a Rafael Uribe Uribe. En su cabeza resuena esa voz siniestra: el eco de su propio canto perdido en los suburbios que repite mi general como un mantra.

La loca Margarita resuelve vengar el homicidio del general. Han pasado diez años desde que terminó de perderlo todo: antes de eso ya había empezado a sentenciar su soledad con la ausencia de su marido, en el combate, y de su hijo, adolescente quebrado a manos de asesinos desganados. Margarita solitaria decide desempolvar su rifle obsoleto, la única herencia de su amante, y salir a la calle simulando disparar a los transeúntes con un objeto que, más que un arma, luce ahora como un cachivache despojado de sustancia por el paso implacable del tiempo.

¡Margarita ha perdido la razón! —susurran los estudiantes—.


Diciembre 2017

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