Una película de zombis
- Sello InCorrecto
- 20 mar 2019
- 6 Min. de lectura
Me pidieron que hiciera un artículo sobre cine. «Haga algo sobre cine. De pronto algo que ya tenga escrito, no tiene por qué escribirlo de cero», me dijo el director de la plataforma In-correcto, temiendo quizás un Frankenstein como el que estoy por escribir para ustedes. «Excelente, ahora qué hijuemadres voy a hacer». Estaba preocupado. No notablemente preocupado. Solo un poco. No estaba específicamente preocupado por la obligación puntual de escribir una reseña sobre cine, sino más bien por sentir de nuevo el tren del tiempo viajando en contra mía.
Todavía creo con ilusión, e inconscientemente también, que el fin del año marca una especie de nueva etapa («este año todo será distinto, posiblemente habrá más tiempo para descansar»). Pero luego empieza la marcha interminable de segundos, de horas y de meses. Gusanos de tierra que se atropellan, ciegos. Los segundos son nuestros mayores verdugos. Zancudos. Zancudos chupasangre de la vida de los seres humanos. Seguro los búfalos no tienen consciencia acerca de esta marcha de los segundos.
Otra obligación más en estos días de trabajo desenfrenado. Un día uno está echado al sol inclemente pero bendito de Ibagué, ante la mirada cazadora de un halcón que cruza por encima una piscina luego del medio día, y al otro ya tiene por delante doce meses de desenfreno, de trabajo. Escribir sobre cine.
Me puse a pensar en las películas que había visto recientemente o en las que me llamaban la atención. Estos Óscar estuvieron bastante malos o por los menos flojos. Lady Gaga en un reencauche meloso, y la de Freddie Mercury que no he querido ver (todo el mundo la recomienda de manera vacía y mediocre: «No es la mejor película, pero tampoco es la peor. Deberías verla»). Bueno. No creo que sea sobre los Óscar que escriba esta vez, señor In-correcto, pues me sentiría en parte fallándole a la ética al escribir sobre obras que no he visto. La angustia continúa, por cierto, y mientras escribo estas páginas crece desproporcionadamente. Otra anticolumna. Otro intento de pasar desapercibido y no escribir nada. La marcha del tiempo. La costumbre. Otra ironía de una generación que cogió la ironía como tradición.
Soy ansioso.

¿Soy ansioso o estoy ansioso? No sé. No es este el espacio para responder. Ya de todo esto he hecho un enredo. Un repollo de metal. Un repollo de aluminio de lata de cerveza.
Esta ansiedad fue la que me hizo recordar una de las películas que más me hicieron pensar el año pasado. Una máquina narrativa potente llamada Estación zombi: Tren a Busan. Un brote de una enfermedad se toma toda Corea (y al parecer el mundo). Un grupo de pasajeros de un tren intentan escapar del brote, pero el brote ya está dentro del vehículo. Seok-woo, un gerente de una gran multinacional workajólico lleva a su hija, a regañadientes, a ver a su madre en el tren. Frente a la muerte, Seok-woo decide salvarse a él mismo y a su hija. Constantemente les niega ayuda a otros pasajeros. A simple vista, la película parece el viaje de transformación de Seok-woo, quien deja de ser un egoísta empresario para convertirse en un padre amoroso.
Sin embargo, el viaje es mucho más que ese viaje de transformación. Una de las imágenes más potentes de la película es la de un enorme destacamento del ejército en modo zombi que ataca a los tripulantes del tren, quienes creen haber llegado a una estación segura. El monopolio de las armas finalmente ha quedado en manos de un ejército de monstruos sin ningún tipo de consciencia. Parece un retrato bastante parecido a nuestra realidad tangible. La distopía es ahora.

Para divagar un poco más podríamos decir que el mundo de Walking Dead, que es con frecuencia bucólico, es también irreal. Por supuesto, el camino de Rick y sus amigos no es un paseo de rosas, pero en un punto la serie de Fox falla por esta razón en su intento por representar la enfermedad, la plaga real que nos azota. En términos prácticos, para un grupo de preps gringos, es mucho más conveniente alejarse de los grandes centros urbanos y refugiarse en el campo. Es desde ese punto que la odisea de Walking Dead ya no es sobre zombis (una crítica frecuente) sino sobre el enfrentamiento entre sobrevivientes y la construcción de una nueva sociedad, una utopía lejos de las ciudades, en el campo (en este sentido, se trata de una serie bastante optimista).
Por el contrario, el centro puro y duro de Tren a Busan son las grandes ciudades. Los pasajeros con frecuencia creen que hay salvación para ellos en los gobiernos locales, en la tecnología y en las fuerzas militares que se encuentran en las grandes ciudades. Sin embargo, como ya lo dije, las fuerzas militares ya son parte del ejército invasor, y a partir de cierto punto de la película es claro que una gran empresa es responsable por el brote de la enfermedad.
La película es entonces una reflexión sobre los aparatos de control del Estado y de las corporaciones. Todo está mancillado, el mundo ha sido destruido. La gran masa poblacional tiene esta enfermedad. La gran masa poblacional ataca. ¿La gran masa poblacional es fascista?

Sí, las ciudades y su tecnología, que debían llevarnos al progreso en esta nueva era de la innovación, revelan su verdadera identidad: máquinas de muerte, camposantos apresurados. No es coincidencia que las imágenes frecuentes de la película muestren burócratas, trabajadores y operarios convertidos en zombis: obreros, mecánicos de tren, policías, militares, etc.
Es en este punto que la interpretación puede ir en dos sentidos, que son los dos sentidos de futuro que nos esperan a nosotros, ciudadanos del siglo XXI:
Estos trabajadores, obreros, operarios se rebelan contra el orden actual de las cosas, y en esa medida son «el fantasma que recorre el planeta», señales del comunismo, trabajadores que se revelan frente a un sistema que los tiene agobiados. Por ello la figura de nuestro alto empresario de una multinacional es tan importante, pues representa el enemigo de esta masa de enfermos, lumpen proletariat en su representación más fiel. Cuerpos sucios y dislocados.
Los realmente rebeldes son los ciudadanos que van en el tren. Las masas de zombis son una representación misma del autoritarismo en boga en estos tiempos nuestros. Son trabajadores de nuestra era, entregados al chauvinismo, la xenofobia y el consumo. Los personajes que van en el tren tienen la posibilidad de un nuevo amor, un nuevo ideal frente a las demografías inclementes que los azotan.
La primera interpretación es más «ortodoxa» en cierta medida. Los obreros reclaman el control de las ciudades, de la tecnología y de las armas. Se revelan contra una cierta clase social que en la película está muy difuminada (en el tren hay jóvenes deportistas, obreros, empresarios, niños, indigentes).
La segunda interpretación parece ir mucho más de la mano con nuestro mundo, uno en la que ya no mandan las élites de siempre, sino una nueva élite campirana, conservadora y espectacular (entiendan el sentido, no sean toches). Esta élite (Trump, Bolsonaro, Duque) no se ha concentrado en captar la atención de las viejas aristocracias capitalinas (en el caso de Uribe, captar la atención de los aristócratas bogotanos nunca fue un asunto de premura), sino de arrastrar consigo a los ejércitos de obreros, y desviar su atención de asuntos urgentes como la seguridad social o la protección del ambiente. En Tren a Busan, según esta segunda interpretación, las masas de trabajadores se estarían rebelando contra sí mismos, luchando en pro de grandes corporaciones que buscan su propio beneficio.
La pregunta que surge de estas dos interpretaciones es buena para iniciar un análisis: ¿quiénes son los responsables de generar cambios en la actualidad? Si nos fiamos de la película, ninguno de los dos agentes rebeldes estaría capacitado. La minoría que se esconde en el tren del ataque zombi es totalmente nimia y nunca podría rebelarse contra los intereses de las corporaciones y de los obreros a los que les han lavado el cerebro. Por el otro lado, si los zombis son los verdaderos rebeldes de la película, se trata de un movimiento que se dirige al abismo. No hay articulación, no hay movimiento, solo puro desenfreno.
¿Debería ser una revolución actual así? Ahora que lo pienso, es posible que sí, que sea la exteriorización del inconsciente la que logre resultados notables en nuestro mundo.
Otra posible pregunta sería cuál es esta pandemia, ¿qué es lo que representa esta epidemia zombi? Se me ocurre ahora que es el mismo trabajo: los zombis están vestidos con su uniforme laboral, en cambio los del tren están de descanso, usan sudaderas y pantalones informales. ¿La rebelión es contra qué? ¿Contra la pereza? ¿Contra el trabajo? ¿Están los zombis ansiosos? .
Escrito por, Camilo Casallas Torres.
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